El verano de 2025 está poniendo a prueba la resiliencia de Europa frente a los incendios forestales. Desde la Península Ibérica hasta la costa del Egeo, vastos territorios arden bajo condiciones meteorológicas excepcionales. No se trata solo de otra temporada complicada: es un escenario de fuego moldeado por calor extremo, sequedad récord y vientos volátiles, que genera comportamientos que muchos equipos de extinción rara vez han experimentado. Para quienes están en primera línea, esto significa adaptar tácticas, afinar prioridades operativas y replantear cómo nos preparamos para las próximas décadas.
La ola de calor que alimenta los incendios
Los meteorólogos describen la actual ola de calor como una de las más intensas y prolongadas de la historia reciente de Europa. Es el resultado de una dorsal anticiclónica persistente —un “domo de calor”— que atrapa aire cálido sobre el sur y centro del continente. Esto ha provocado:
- Temperaturas diurnas extremas: hasta 46 °C en Portugal, 44 °C en el sur de España y más de 40 °C en el sur de Francia, Italia y Grecia.
- Noches tropicales: mínimas por encima de 25 °C, que impiden que la vegetación recupere humedad.
- Estabilidad atmosférica a gran escala: que suprime la formación de nubes y las precipitaciones durante semanas.
Baja humedad
Amplias zonas del sur de España, el interior de Portugal, el sur de Italia y las islas del Egeo han registrado humedades relativas de un solo dígito durante las horas más calurosas del día—por debajo del 10 % en regiones como Extremadura (España), Alentejo (Portugal) o Ática (Grecia). Estos niveles hacen que los combustibles finos —hierbas secas, ramillas— se enciendan casi al instante con una chispa o pavesa.
Vientos persistentes
Vientos fuertes y específicos de cada región han agravado el peligro:
- Tramontana (sur de Francia y noreste de España)
- Mistral (sur de Francia hacia el Mediterráneo occidental)
- Etesios/Meltemi (región del Egeo en Grecia y Turquía)
Estos vientos no solo avivan las llamas, sino que pueden cambiar de dirección abruptamente, complicando las labores de extinción.
España en el centro de la crisis
España ha sido uno de los países más afectados, con varias regiones enfrentando incendios de alta intensidad.
- Castilla y León – Las Médulas: Remolinos de fuego —columnas de llamas en rotación— han impulsado propagaciones rápidas y erráticas. Cientos de evacuados, viviendas destruidas y patrimonio cultural amenazado.
- Torrefeta i Florejacs (Lleida): Un incendio influido por el paso de una tormenta cambió abruptamente su eje de propagación y aceleró a velocidades superiores a 20 km/h, obligando a reposicionar tácticas y reforzar medios aéreos de forma urgente.
- Crecimiento de vegetación tras primavera lluviosa: Tras una primavera inusualmente húmeda, en gran parte de España creció abundante hierba. Ahora, completamente seca, está transportando el fuego a través de zonas que antes eran de bajo riesgo, conectando parches de vegetación más densa y favoreciendo incendios de superficie de rápida propagación.
- Simultaneidad de incidentes: Varios incendios de gran magnitud han ardido simultáneamente en distintas regiones, con algunos cruzando fronteras administrativas (por ejemplo, Galicia–norte de Portugal), lo que tensiona la capacidad de coordinación y la asignación de recursos.
Una crisis continental
La situación está lejos de limitarse a España:
- Francia – Departamento de Aude: El mayor incendio en décadas, con víctimas mortales, heridos y miles de evacuados.
- Portugal – Distritos del norte: Varios incendios en interfaz urbano-forestal, con propagación rápida por pastos secos y plantaciones de eucalipto.
- Grecia – Rodas, Ática y Evia: Miles de evacuados de localidades costeras y zonas turísticas.
- Turquía – Costa del Egeo: Un gran incendio costó la vida a 10 bomberos, un recordatorio del alto coste humano de estos episodios extremos.
- Italia – Sicilia y Cerdeña: Cierres de aeropuertos, daños en infraestructuras y miles de hectáreas calcinadas.
- Reino Unido – Inglaterra y Escocia: Incendios de pastizales y brezales que ponen a prueba a cuerpos acostumbrados principalmente a la extinción de incendios estructurales.
Todo ello dentro del verano de 2025, configurando un desafío sincronizado a escala continental.
Cómo el cambio climático está transformando el comportamiento del fuego
No todos los incendios de este verano han sido de sexta generación, pero varias tendencias clave son evidentes:
- Propagaciones a mayor velocidad bajo condiciones meteorológicas extremas.
- Más población viviendo en la interfaz urbano-forestal, lo que incrementa el riesgo de ignición y complica la extinción.
- Muchos servicios aún poco preparados en el plano operativo: disponen de camiones y aeronaves, pero carecen de herramientas para definir prioridades o establecer estrategias de ataque óptimas.
Esta combinación —fuegos rápidos, alta exposición y estrategia inconsistente— dificulta la extinción y amplifica las pérdidas.
Extinción en una nueva era
Esta nueva era no sustituye las herramientas tradicionales; las mejora con capacidades avanzadas. Las herramientas manuales, las líneas de manguera y los cortafuegos manuales siguen siendo esenciales, pero deben apoyarse en:
- Mayor disponibilidad de agua en zonas remotas: depósitos portátiles, puntos de recarga para aeronaves y sistemas de bombeo de largo alcance.
- Unidades de bombeo de despliegue rápido capaces de ofrecer caudal y presión en terrenos abruptos.
- Inteligencia en tiempo real procedente de drones y satélites para anticipar la propagación y ajustar tácticas sobre la marcha.
Estas medidas aumentan la autonomía en zonas alejadas, reducen los tiempos de respuesta y amplían los márgenes de seguridad.
Conclusión
Los incendios de 2025 no son una anomalía: continúan un patrón observado en 2021 y 2022. Cada año, se acumulan más combustibles, la sequía se intensifica y los episodios de meteorología extrema se extienden sobre áreas más amplias. El resultado: incendios más frecuentes, más graves y más extendidos.
Esto ya no es una advertencia: es nuestra realidad operativa. Responder con eficacia exige una evolución táctica constante, formación específica y la inversión en equipamiento diseñado para las condiciones a las que los bomberos se enfrentan hoy y se enfrentarán cada vez con más frecuencia.